Relato de Ana Cumandá Rivera, miembro ecuatoriana de La Iglesia

Ana Cumandá Rivera, miembro de Ecuador

Ana Cumandá Rivera se bautizó el Quito en 1974 y en el año 1977 fue llamada a servir como misionera en Ecuador. Era la época en que David Ferrell presidía la Misión y no era frecuente que jóvenes ecuatorianas sirvieran como misioneras. La hermana Rivera fue enviada a servir en Otavalo y luego en Guayaquil durante tres meses antes de que recibiera el llamamiento como misionera, luego fue trasladada a la ciudad de Otavalo. Esto sucedió en la época en que la predicación se había extendido a muchas áreas y comunidades rurales de la etnia de los otavalos. Debido al largo período que sirvió allí y su especial dedicación a la obra, tuvo una participación intensa en el progreso de la Iglesia en la zona, ella nos brindó un relato de algunas de sus experiencias.

“Cuando yo llegué a Otavalo la novedad era que por primera vez en su historia estaban saliendo misioneros indígenas, ya estaban en el campo los élderes Arellano y Rojas. En la Rama de Otavalo había miembros latinos e indígenas, el presidente era el hermano Rafael Tabango. Era costumbre que la gente se casara muy joven, entonces no era fácil encontrar jóvenes que pudieran servir como misioneras a los 21 años, igualmente con los varones que podían ser llamados a los 19 años.

“Entonces comenzaron a llamar a hermanas de dieciséis, diecisiete, inclusive de quince años. Llamaron a tres hermanas de Otavalo, entonces mi compañera y yo la asignación especial que teníamos era de enseñarles a las hermanas indígenas las charlas, el idioma, las costumbres, casi todo, todo, todo, así luego ellas podías salir a predicar el evangelio en quichua y nosotras las acompañábamos.

“Para estas hermanas la vida era salir del campo a la ciudad, nosotras teníamos que enseñarle todas las reglas de la misión, levantarse a las seis y media de la mañana, bañarse, estudiar las Escrituras y les enseñábamos las charlas. Ellas tenían que repetirnos a nosotras las charlas y luego ellas tenían que decirse entre sí en quichua. Ellas no estaban preparadas, ninguna de ellas había terminado la escuela primaria, Petrona Burga había llegado a tercer grado.

La Fe de las Misionera otavaleñas

“El Señor se vale de muchos instrumentos para enseñar a sus hijos, ellas siempre se dejaban guiar por sus sueños. En una ocasión Petrona me dijo: ´Hermana, yo soñé con Alma, y Alma me dijo que tenemos que ir a una comunidad que se llama Punyaro porque ahí hay mucha gente que nos está esperando.´ Entonces yo le dije: ´Bueno, vamos a Punyaro´. Y efectivamente encontramos tres familias que estuvieron muy dispuestas a escuchar el evangelio y se bautizaron esas tres familias. Para mí estas experiencias no eran una fantasía, para mí era una demostración del amor del Padre Celestial que las bendijo con estos dones debido a su poca preparación, ellas tenían la fe y el deseo sincero de permanecer en la misión.”

Luzmila Carrascal

“Ella no sabía ni leer ni escribir en absoluto. Entonces todas las mañanas, aparte de la preparación que teníamos de leer las Escrituras y aprender las charlas, yo le daba clases de alfabetización. Ella tenía la fe de aprender, me decía: ´Enséñeme nomás, y yo le voy a orar al Padre Celestial para que me ayude a entender lo que me está enseñando.´ Ella aprendió a leer y a escribir.

“Luzmila se dejaba guiar por los sueños, en una ocasión había soñado que en lugar de ir a la comunidad de Carabuela debíamos ir a otra llamada Monserrat. Yo le dije que la familia de Carabuela estaba lista para bautizarse, pero ella decía: ´No, yo soñé que teníamos que irnos a Monserrat´, entonces le dije ´Oremos y si sentimos que tenemos que ir a Monserrat, pues vamos allá´. Oramos y sentimos que debíamos ir a Monserrat. Cuando comenzamos a subir a Monserrat vimos la familia que bajaba y yo no tenía mucha fe y pensé ´Ah, la familia se va, se va a pasear o se va a algún lado!´ Cuando nos acercamos les preguntamos Ý, adonde van, hermanos?´ y dicen, ´A la capilla, nos vamos a la capilla! Queremos bautizarnos ahora!´ yo me quedé fría, le regresé la mirada a mi compañera y dije, ´Es seguro que van a bautizarse ahora? ´Sí, sí, estamos llevando la ropa, inclusive la toalla para bautizarnos! ´ Llegamos a la capilla y se bautizó el esposo, la esposa y un niño de nueve años que tenían. Esta fue una respuesta más de la fe de Luzmila Carrascal.”

Los retos de la Obra en Otavalo

“Al día siguiente que yo llegué a Otavalo fuimos con mi compañera norteamericana a una comunidad que se llama San Roque, la gente de ahí nos había estado esperando con piedras y palos. Pero una hermana menos activa, al ver que hombres y mujeres se acercaban para pegarnos nos llamó y nos escondió en su casa durante toda la mañana, luego pudimos salir de ahí a escondidas. En otra ocasión, subíamos hacia Carabuela a visitar algunos miembros de la Iglesia que vivían por ahí y lanzaron contra nosotras unos veinte toros y vacas para que nos atropellaran, tuvimos que subir corriendo a la carretera para ponernos a salvo. No pudimos entrar a ese sector por muchísimo tiempo debido a la persecución.

“Cuando iban a predicar solo misioneros indígenas tenían más éxito que cuando íbamos los latinos o los norteamericanos. En ese entonces no había transporte público en las comunidades y alguien había donado un auto para la obra misional en Otavalo, los líderes misioneros los llevaban a la comunidad y ellos salían a visitar las casas. Luego para bautizarse entraban en el auto y los llevábamos a la capilla, se bautizaban y otra vez regresábamos a la comunidad.

“En esa época, la predicación en Otavalo era principalmente en las comunidades indígenas fuera de la ciudad, en el campo. Para ellos convertirse a la Iglesia era bastante difícil, fueron muy valientes al tener la fe y permanecer firmes. Ellos también sufrían persecuciones, el hermano Tabango muchas veces estuvo preso por predicar el evangelio, lo denunciaron con el cargo de que estaba engañando a la gente. Los misioneros norteamericanos no podían entrar en esas comunidades. Ahí solo predicaban los misioneros otavaleños, yo era la única latina y no había muchos problemas conmigo, iba con las misioneras locales a predicar.

“Cuando ellos se bautiza, en realidad pierden a su familia, tienen que decidir asistir a la Iglesia o ir con sus padrinos, sus tíos, abuelos, los padres, sus vecinos y agradarles a todos y cuando se bautizan tienen el desagrado de todos. Ellos si no hacen amistad con otros miembros de la Iglesia se sienten bien solos, abandonados de todos. Sus parientes empiezan a criticarles, tratan de que beban licores, se burlan de ellos. Algunos le dicen ´los mormones brujos´, hay una palabra en quichua ´áhia´ que significa diablo, ´los mormones áhia´, ellos tenían que soportar todo eso, tenían que ser muy valientes después del bautismo. Afortunadamente en estos últimos tiempos la situación ha cambiado mucho, ya no hay persecución como en la época en que yo era misionera.”

Cuando estaba en Otavalo cada tres meses yo esperaba recibir un cambio y este nunca llegó, me quedé sirviendo en Otavalo un año y medio y nunca tuve una respuesta por qué no podía servir en otros lugares por más tiempo. En mi última entrevista en la misión le pregunté al presidente por qué no había tenido un cambio, él me dijo: “no sé, no tengo una respuesta, simplemente sentí que usted debía estar ahí y los líderes locales me pidieron que nunca cambie a la hermana Rivera.”

El deseo de servir

“Después que regresé de la misión oraba mucho al Padre Celestial diciéndole que yo quería servir, que quería trabajar y ser útil, ayudar a la gente a crecer, ser un instrumento de progreso para sus hijos. Yo no sabía qué, cómo, dónde o cuándo, no sabía nada. Entonces vino el hermano Mesa del Sistema Educativo y me pidió ir a Otavalo como coordinadora de alfabetización. Para mí fue una respuesta a mis oraciones, el Señor me preparó en la misión para esta asignación. Yo deseaba servir trabajar y mantenerme a mí misma, le dije al hermano Mesa que no había problemas y que iría a Otavalo y me quedé siete años ahí, trabajando para los indígenas, yo realmente los amo mucho a ellos. Para mí ellos son una gente muy noble y muy especial y son un ejemplo en muchas cosas. Hasta hoy tengo amistad con ellos. Me invitan a sus acontecimientos importantes, cuando nace un nieto, cuando una hija o un hijo se va a la misión, para mí es un privilegio y un honor estar con ellos. Cuando van al Templo oran por mí y cuando yo voy oro por ellos, es una gran bendición sentir el amor de ellos.